Música para disminuir la ansiedad de los enfermos en las UCI

El sonido determina una impresión sensitiva en el cerebro capaz de condicionar nuestro estado de ánimo. Los ruidos y estridencias de la calle nos irritan, el llanto de un niño nos exaspera, los estrépitos y retumbes de los tambores nos sobrecogen, el suave rumor del agua nos relaja, el canto encendido de los pájaros en primavera nos estimula. El hombre, sabedor de esa capacidad moduladora del ánimo de los sonidos, ya desde el origen de los tiempos, ha unido los principales momentos y azañas de la vida a timbres y ritmos musicales que servían para realzar las emociones que en cada caso interesaba pronunciar: el valor con el martilleo grave de los tambores de guerra, la tristeza con la desolación pausada del toque de difuntos, el frenesí sexual con el repetitivo ajetreo de las danzas nupciales. E inventó la música, algo realmente excepcional y que me fascina, que despierta mi admiración por la capacidad creativa de la inteligencia humana. Inventó las armonías y los cánones, los instrumentos para tocarla, las escalas y los tonos, la manera de atraparla mediante símbolos, la forma de describirla, transmitirla y perpetuarla en partituras. Y la música siguió hechizando las emociones y los sentimientos de los hombres, condicionando y emparejándose con su estado anímico de forma íntima e inextricablemente, uniendo milagrosamente en el recuerdo las sensaciones personales más intensas con cualquier sucesión de notas musicales que en aquel momento flotara en el aire.