Cantidad de calidades en boca de todos
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Muchas caras de una misma mujer |
Quizás no fue Avedis Donabedian, en
su famoso artículo “los 7 pilaresde la calidad” el primero en describir los diferentes componentes que
subyacen bajo el concepto de "calidad asistencial", aunque yo le tengo como la referencia
más ilustre en ese particular. También, por supuesto, está Hannu Vuori que en
su magnífico opúsculo de 1982 “Quality assurance of health services: concepts
and methodology” (Parte 1; Parte 2) resumió
de forma magistral la esencia de esos componentes. Ha habido otros muchos distinguidos que ahondaron en el concepto, como el grupo de trabajo de la OMS (WHO TechnicalReport Series No. 137, The efficiency of medical care study group, 1967.), Maxwell (Maxwell R. Dimensions of quality revisited: from thought to action. Quality in Health care, 1992. 17:1-17), Palmer (RH Palmer Ambulatory Health Care Evaluation: Principles and Practice. American Hospital Publishing , Inc. 1983), o la propia Joint Commission for the Acreditation of Health Care Organizations (JCAHCO), por citar a alguien, y todos ellos han coincidido en señalar que el concepto de calidad es huidizo, multifacético y polidimensional.
De forma más reciente, en 2001, el Instituto
de Medicina de Estados Unidos (IOM) ató más en corto esos resbaladizos atributos propios de la calidad asistencial en un informe que
tituló “Crossing
the Quality Chasm: Health Care in the 21st Century” El IOM concretó los rasgos esenciales que deben conformar la calidad de los sistemas de salud en seis
componentes básicos:
Seguridad: evitar los errores y eventos
adversos en los pacientes
Efectividad: Prestar una asistencia
basada en la mejora evidencia científica disponible, usar de forma adecuada (ni
infra ni sobre uso) la tecnología y lograr los mejores resultados de salud en
los pacientes.
Atención centrada en el paciente:
proveer los cuidados respetando los valores y las creencias de los pacientes,
que deben estar bien informados y ser finalmente quienes guíen las decisiones
clínicas.
Oportunidad: Prestar la atención en el
momento adecuado, sin retrasos innecesarios o perjudiciales.
Eficiencia: evitar gastos innecesarios,
incluido el desperdicio de equipos, tiempo, suministros, ideas y energía.
Equidad: Proveer los mismos cuidados
para las mismas necesidades, sin distinción social, económica, geográfica,
cultural ni de ningún tipo.
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El juego de los puntos de vista |
Siempre que tengo oportunidad de impartir docencia
sobre metodología de la calidad asistencial a profesionales sanitarios suelo hacer
un pequeño juego consistente en pedir a
los asistentes que traten de ponerse en la mente de quien pronuncia la palabra "calidad asistencial" y que puntúen de uno a tres cada uno de esos componentes en función
de lo más o menos asimilados o incluidos que consideran están en el pensamiento de quien la menciona, como si buscáramos la composición o fórmula mental del concepto en cada personaje: primero suponiendo que quien la pronuncia son los pacientes, después los profesionales
sanitarios y por último los gestores o los políticos. El juego, invariablemente, suele
traer a la luz dos conclusiones principales. La primera, que cada uno de los
diferentes actores del proceso sanitario (pacientes, profesionales y gestores)
ponen el acento de forma más pronunciada y característica en uno de esos
componentes: los gestores en la eficiencia (el dinero), los profesionales en la la efectividad y en la tecnología (los cacharritos) y los pacientes en todo lo referente al apartado relacional y
de servicio (información, trato, tiempo de espera, etc). La segunda, y a mi
entender la más relevante, que quien sale mejor parado, quien tiene puntos en todos los apartados, quien
más componentes maneja en su cerebro, quien tiene una concepción más global y
completa cuando expresa el concepto de calidad es, precisamente, el paciente.
Viene a colación este comentario
por las veces que en el pasado año y, en especial, en el pasado mes, he oído hablar a todo el mundo (políticos, profesionales, sindicatos, etc) de su intención de defender a capa y espada y mantener a toda costa la calidad de nuestro sistema
sanitario y, sin embargo, proponer para ese objetivo cosas diametralmente
opuestas. Me da en la nariz que algo de culpa en ese malentendido lo tiene esa
diferente perspectiva a la hora de conceptualizar y entender el significado de la propia
palabra “calidad”, barriendo cada cual para sus propios intereses.
Si siguiéramos la lección del
ejercicio que he comentado quizá deberían ser los ciudadanos, en cuanto que
futuros pacientes y poseedores de esa visión más global y completa, quienes tendrían que juzgar si las medidas que se proponen tienen impacto o no en la
calidad asistencial. Por supuesto que para eso están las elecciones y esas
propuestas que se hacen (privatización de la gestión, supresión de la
ciudadanía sanitaria, copago, etc) tendrían que estar meridianamente claras en
los programas electorales de sus impulsores, para poder ser discutidas y
debatidas abiertamente con quienes constituyen el sujeto final y, además, son los propietarios legítimos del sistema
sanitario: los ciudadanos. Todo lo demás suena a fraude, un fraude que, además, pone como escusa la calidad.
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