lunes, 18 de marzo de 2013

Algunas pequeñas cosas que contarte...


Zaragoza, 17 de marzo se 2013

Querido amigo Sancho:

Ya se que estás retirado en ese escondido pueblo del valle del Tirón, casi vacío y con la mitad de las casas deshechas en el suelo. Que nada quieres saber de nada y que tu único interés son la posición de las estrellas y el menú que comerás mañana. Que nada te importa la televisión, la radio, el teléfono o internet y que me obligas a utilizar un medio tan extraviado y aun lleno de herrumbre como la epístola para poder comunicarme contigo, que casi ya ni acierto a hilar un párrafo de vez, de tan desacomodados que tengo la imaginación y el cerebro a semejante suerte de expresión, que puede que haga ya más de treinta años que no emborrono un papel para semejante propósito. Pero me obligas a recordar hábitos antiguos, enterrados por los tiempos, y a ejercitar de nuevo esta trabajosa costumbre de remitir misivas por la voluntad y las ganas que tengo de hablar contigo. Te echo de menos y echo de menos esas jugosas charlas que nos llevábamos comentando cualquier cosa, hablando de esto y de lo otro, riéndonos y poniendo a caldo sin rubor alguno a cualquiera que se atreviera a aparecer en el tintero de nuestra boca, fruto de sus desaguisados o hazañas o por simple salto y azar de nuestras ideas. 


Ahora, tan lejos y excluido como estás del mundo, me obligas a despachar las frases en la soledad de mis pensamientos, sin nadie al lado con el que poder trabar disputa o en quien despertar respuesta y sin nadie al lado capaz de poner el sabor de la sal al guiso de la conversación. Por eso me fuerzas a utilizar el espejismo del medio epistolar para contarte, aunque te resistas, algunas de las cosas que pasan y me llegan y, sin compañero con quien airearlas, se me apilan incómodas en el pecho como una comida mal digerida. Porque te imagino leyendo lo que pueda contarte, sentado seguro en ese gran sofá orejero en el que sueles descabezar la siesta y, cuando menos, siento alguna chispa de contacto que me alivia la desazón de cargar con el run-run de todas las minucias que se dicen y pasan, muchas de ellas llenas de intencionada malicia y para las que no encuentro otro desagüe que el de hacerte mi confidente y mi cómplice en la distancia.

Pues sí, como te digo, pasan y se dicen cosas abundantes, algunas muy trapaceras y bellacas, y muchas se sueltan envueltas en brillante papel de celofán, como si fueran bombones o dulces de frutas escarchadas, con la intención de que la gente se las trague con vicio y a granel, sin otro freno que el inmenso espacio de su ingenuidad o inocencia. Sin ir más lejos, el otro día me enviaba mi amiga Silvia la noticia de un periódico digital en el que se daba cuenta de la apertura de un mostrador de información de un grupo privado de hospitales en el Corte Inglés. Ya sabes, la más exitosa cadena de centros comerciales de España, donde lo mismo puedes comprar un manojo de puerros que un frigorífico o una gavilla de trajes. Lo hacían además, como primera experiencia, en la más céntrica calle de Madrid, en la calle Princesa, donde casi es imposible eludir la fuerza de aspiración que el centro comercial tiene en ese lugar, que más que atraer, succiona a los transeúntes que caminan a su lado. Su objetivo comercial no era la venta de una simple póliza de seguro, por si en un futuro puedes necesitar algún servicio sanitario, sino la información directa sobre condiciones y tarifas de procedimientos quirúrgicos concretos (cataratas, varices, hernias, juanetes, prótesis de rodilla, etc) a personas que necesiten o consideran pueden necesitar alguna de esas intervenciones. Y no es que simplemente me parezca mal que se promocione la venta directa de servicios médicos como si fueran caramelos o camisetas de algodón, que se pueden comprar y consumir sin problema alguno, salvo el de la merma en la cartera, alguna que otra caries y el rebosamiento de los armarios, lo rematadamente avieso y torticero es que se presente el negocio como una generosa ayuda al Sistema Nacional de Salud, sacando a la luz su incapacidad para sacudirse por sí solo y con la agilidad debida las listas de espera que genera.

Porque, amigo Sancho, hacer negocio con el problema de otro, no parece muestra de generosidad ni largueza de espíritu, que más bien asemeja cara de oportunismo y maña de ventajista, estomaguera de quien sabe sacar provecho de los agobios ajenos. Y a nadie puede parecerle mal que puedan dedicarse a ello, que en su derecho están, pero que no nos hagan comulgar con ruedas de molino, que ni aun las pequeñitas de pan ácimo pasan bien por la garganta. Si de verdad quisieran ayudar, ahí los quisiera ver yo arrimando el hombro con los diabéticos, cardiópatas, enfermos pulmonares, de cáncer y toda esa gigantesca legión de pacientes crónicos que aplanan de verdad las espaldas del sistema. 

Pero además, como te cuento, es del todo insólito, bueno, no tanto, también lo he visto en los periódicos a cuenta de la prostatectomía y el láser de tulio, que se promocione la venta de servicios médicos concretos -ellos dicen que solo informan- como si se tratara de cruceros o de viajes a las Bermudas. En el siguiente guiño nos harán un dos por uno y acabaremos todos con nuestras lupas en los ojos y las rodillas de plástico. También ofrecen operaciones de cirugía estética, por lo que tampoco habrá quien nos aguante de guapos. Eso sí, es posible que a base de generosidad se lleven, en un buen gesto de ayuda, el peso de nuestras haciendas, haciendo más ligero y suelto nuestro tránsito por la vida. Que todo es de agradecer.

Tengo más cosas que contarte, amigo Sancho, pero temo aburrirte y estoy ya algo cansado de escribir por falta de costumbre. Te contaría también que se ha filtrado la noticia de que el Consejo Interterritorial del SNS ha dado algún pasito para crear un NICE a lo español. Hace falta un organismo como ese aquí en España más que cigüeña en campanario, pero como de momento no son más que rumores no te entretengo con esas fruslerías. Por mi  parte me conformo con que la idea cobre fuerza y que la copia que se haga sea más tirando a retrato que a viñeta cómica. Aunque no me fío demasiado, aquí somos muy dados a tocar de oído y a improvisar con una simple gaita sinfonías escritas para grandes orquestas. Ya veremos en lo que queda y entonces hablaremos con la razón de los hechos.

Te dejo Sancho. He aliviado un poco la hinchazón de mi espíritu contándote algunas pequeñas noticias que rabiaban en mi cerebro. Se que a ti te parecerán menudencias, pequeñas memeces, tan ajeno que estás a todo el mundo, pero a mi me regocija saber que las lees y das vuelta en tu cabeza o que simplemente maldices por haber incomodado con semejantes simplezas el santuario de tu tranquilidad. Escríbeme y dame noticia de tus impresiones, estás tan lejos y hace tanto tiempo que te fuiste que apenas percibo ya los rasgos de tu cara. Necesito tus palabras. No te abandones al vicio de la soledad y del mutismo, que me tendrás en ascuas y nada sabré de lo que sientes y de lo que te mueve la entraña. Y no es cuestión de tirar la amistad al saco del olvido por simple pereza en el habla. No me seas ahora mohíno de carácter, que nunca lo fuiste, y escribe, que yo por mi parte prometo ponerte al tanto, de vez en cuando, de aquellas noticias que me lleguen y encuentre sabrosas para tu solitario interés y disfrute.

Entretanto, recibe un cálido abrazo.

Caballero Parlante


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