martes, 5 de marzo de 2013

Prevención

¿Asistencia a enfermos o cuidado de la salud?

He leído opiniones sobre el papel de la prevención en nuestro actual modelo sanitario bastante cargadas de razón, pero de un extremismo tan afilado y fiero que arruga incluso el valor de sus propios argumentos. Se llega a sugerir que la  medicina preventiva actual germinó con el abono de la filosofía de Nietzsche  y su teoría del superhombre y alcanzó su edad madura tutelada por la corriente eugenésica de búsqueda de la pureza de raza del nazismo y otros totalitarismos europeos de principios del siglo pasado. Todo hilando con oportunidad y gran habilidad coincidencias históricas y porque Hitler abominó del tabaco, pese a ser fumador compulsivo en su juventud, tras descubrirse la relación entre el tabaco y el cáncer e iniciar una campaña agresiva, absolutista y fanática, como todo lo que hizo, contra esa costumbre.


Yo no creo que haya que recurrir a esos agarraderos para justificar la nulidad e incluso el perjuicio de muchas de las actividades preventivas que se denuncian (profilaxis de endocarditis, cribado del cáncer colon, etc). En mi opinión el reduccionismo rancio e interesado de nuestro modelo asistencial actual (toda enfermedad tienen una causa susceptible de ser tratada con algún remedio), absolutamente medicalizado y anclado todavía en el exitoso modelo terapéutico de la época de las enfermedades infecciosas es el verdadero responsable de esos patinazos. Cualquier actividad preventiva que se someta y ajuste a este modelo se potencia y se incentiva (hipercolesterolemia, hipertensión, incuso se intentó con el tabaco y las  pastillas de nicotina o el bupropion, etc), pero la que se aparta de este modelo se condena al ostracismo, el ninguneo y el olvido. No es por tanto la prevención quien amenaza con medicalizar la sociedad, sino todo lo contrario, la medicalización de la prevención quien amenaza con destruir los beneficios de esta actividad en la sociedad.

En la actualidad, las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y la diabetes ocasionan cerca del 70% de los fallecimientos en los países desarrollados y dan lugar casi al 75% de los gastos sanitarios. Como señalan Marvasti y Stafford, de la Universidad de Stanford, una estrategia de prevención acertada perseguiría no eliminar estas enfermedades, cosa que parece hoy día del todo imposible, sino comprimir y cercar el período de síntomas a las fases últimas de la vida. Ello requeriría actuaciones preventivas comunes abordables desde el conjunto de los dispositivos socio-sanitarios, educativos y de salud pública existentes en una comunidad. Actuaciones centradas en aquellos factores que se ha demostrado están en el origen, agravamiento o reagudizaciòn de la mayoría de esos procesos, como el alcohol, la polución, el tabaco, la obesidad, la dieta o la falta de ejercicio. Factores a los que se ha calificado como "de riesgo", no porque se presuponga un nivel cero de riesgo, como argumentan los detractores de la prevención, sino porque hoy día configuran las "causas componentes" más frecuentes, más abundantes, más prevalentes, en la estructura interna del abanico de  "causas suficientes" o posibles que pueden dar lugar a esas enfermedades. Por poner un ejemplo: en USA un factor de riesgo (una causa componente) para la muerte accidental es la tenencia de armas de fuego. Harían falta otras "causas componentes" añadidas, como el desequilibrio mental de quien lleva las armas, la frustración, el odio o la ira para configurar una "causa suficiente" que diera lugar a una matanza como la que se vivió hace poco en Connecticut. La eliminación o reducción de las armas de fuego no presupone un nivel cero de riego de muerte accidental, aparecerán otras causas, ahora inapreciables, que se harán entonces más notables, pero sí la supresión o minimización del factor que ahora es el más relevante, el que a la sociedad importa en este momento.

Pero nada en nuestro actual sistema parece facilitar la implantación de estrategias de prevención efectivas. Ni el modelo de funcionamiento del sistema sanitario, incentivado para que cada vez produzca más y más actividad a personas enfermas, ni el paradigma que se aplica a las actividades preventivas, que solo encuentran hueco si siguen el esquema asistencial de un cuadro clínico, ni la formación universitaria, centrada en exclusiva en reconocer enfermedades y aplicar tratamientos farmaco-quirúrgicos, ni la investigación que apoya casi en en exclusiva aquellos proyectos con probabilidades de descubrir o desarrollar alguna tecnología objeto de patente (medicamento, test dignóstico, etc), ni la cultura de la sociedad, cautivada por el poder de la tecnología y que sigue prefiriendo y confiando en la "píldora mágica" para cualquier problema que pueda surgir que la modificación de comportamientos para evitar que ese problema se presente.

En todo este panorama, la salud pública está reducida a su más mínima expresión y solo encuentra algo de respiro si se apunta a actividades, como el cribado del cáncer de mama o colon, que se amoldan a los intereses de la clínica. El perfil de enfermedades que afecta hoy al mundo desarrollado no puede ser enfrentado en exclusiva por la medicina curativa ni se puede sostener económicamente. La salud pública debe actuar de forma coordinada e integrada con la medicina asistencial si se quiere tener alguna oportunidad de superar esta nueva era. 

Parece razonable y se deben criticar y denunciar los peligros de la medicalización de las actividades preventivas, pero si a uno le da por freír huevos con agua lo más probable es que salgan cocidos, sin que el agua tenga culpa alguna. Y el agua siga siendo muy buena precisamente para eso, para cocer.

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