lunes, 25 de febrero de 2013

De Ptolomeo a Copérnico

Los pacientes en el centro del sistema

Un nuevo paradigma en el modelo asistencial se está abriendo camino en nuestros fatigados sistemas sanitarios: la "atención centrada en el paciente". El Instituto de Medicina (IoM) de USA lo ha recogido como una de las dimensiones o atributos fundamentales en los que se substancia su modelo de calidad asistencial y pocos dudan de que ese es el camino que hay que tomar para hacer una reforma de calado en nuestras actuales formas de organizar las prestaciones sanitarias. El concepto presupone que en la medicina que actualmente estamos practicando predominan los intereses de una visión galeno-céntrica, en la que todo se organiza, ordena y gira alrededor de las condiciones y necesidades fisiopatológicas del diagnóstico y tratamiento científicos de la enfermedad y se olvidan o apenas tienen influencia gravitatoria los componentes y contexto biosicosocial del enfermo en el que dichas enfermedades anidan.


La demanda social de mayor participación y calidad en los servicios que se reciben, los problemas de seguridad y de eventos adversos relacionados con la asistencia sanitaria y, sobre todo, el crecimiento desorbitado de los costes sanitarios han precipitado con la eficacia e irreversibilidad de una reacción química en cadena la necesidad de un nuevo modelo de atención en el que el paciente, lejos de ser un mero espectador y agente pasivo de las intervenciones sanitarias, sea el polo determinante que condicione y de forma a los servicios que recibe. El cambio es tan drástico y difícil de digerir como lo pudo ser en su momento aceptar que la Tierra no era el centro del Universo, sino uno más de los planetas, ni siquiera el más grande, que giraba alrededor del Sol.

Pero, ¿qué ventajas puede traer esta nueva concepción del modelo asistencial con el paciente como eje central de todos los intereses y actuaciones?. En primer lugar, una perspectiva y conocimiento más amplios del propio sistema en el que nos movemos. Los diferentes profesionales son muy expertos y conocen muy bien los elementos que definen su campo de actuación particular, sus áreas específicas de trabajo, pero el único capaz de tener una visión global del funcionamiento general del sistema, de las demoras, retrasos, buenas y malas caras, aciertos y desaciertos a lo largo de todo el episodio asistencial es el propio paciente. Nunca lograremos mejorar la calidad de la asistencia prestada, o solo lo haremos de una forma muy parcial, si no contamos con esa experiencia de conjunto.

En segundo lugar, los pacientes van a introducir la preocupación y el interés por otros aspectos relacionados con la calidad del servicio (listas de espera, trato, coordinación entre servicios y niveles, información y comunicación, valores personales, etc), que de otra forma quedan muy arrinconados y desatendidos por el dominio absolutista de las disposiciones científico-técnicas. Incluso en este aspecto puede haber desavenencias entre las aspiraciones de los pacientes y las preocupaciones de los médicos, más concentrados estos últimos en los resultados inmediatos de las intervenciones que prescriben y practican y más preocupados los primeros en si esas intervenciones que se les propone y a las que se les somete van a mejorar realmente su calidad de vida en el medio o largo plazo.

En tercer lugar, hay ya varios estudios que demuestran que cuando a los pacientes se les hace partícipes y se les implica en su proceso asistencial, cuando se les corresponsabiliza en la gestión de sus propias enfermedades, se consiguen mejores resultados clínicos, se mejora la adherencia a los tratamientos, se reduce la inasistencia a revisiones y consultas y se mejora la adopción de estilos de vida más saludables. Y con todo ello se reducen las necesidades de atención y los costes globales de la asistencia, en especial en el caso de las enfermedades crónicas. No hace muchos días lo decía Rafael Bengoa, ex-consejero de sanidad del Gobierno Vasco, en una entrevista en una televisión: si se quiere mejorar la eficiencia del sistema hay que trasladar parte de la gestión clínica de las enfermedades a los propios pacientes y que sean ellos quienes vigilen y controlen gran parte de la evolución de sus procesos.

Por último, el emplazamiento de los pacientes y de sus necesidades en el punto de mira de todos los agentes contribuirá a rediseñar los modelos organizativos que actualmente tenemos, muy centrados en la prestación de actividades fragmentadas, independientes y aisladas unas de otras, en otras formas más integradas de atención, con sistemas de información comunes, planes globales de actividades, coordinación de servicios, etc, en las que serán las necesidades concretas sanitarias quienes determinen la forma de trabajo y no las formas de trabajo quienes marquen las reglas de juego a las necesidades sanitarias.

Hay mucho que ganar, pero el cambio será muy difícil. Cuando menos ahora, a diferencia de lo que ocurría en la época de Copérnico, ya no le chamuscan a uno en la hoguera cuando lleva la contraria a los dogmas y al pensamiento establecido. ¿O quizá también?.


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