martes, 26 de febrero de 2013

Investigación en estado de indigencia

Nuevo "Tiempo de silencio"

Acabo de leer un artículo en El País en el que se da noticia de que varios investigadores han tenido que recurrir a cuestaciones, concursos televisivos y a la búsqueda personal de mecenazgos de circunstancia para poder continuar con sus investigaciones. Mientras lo leía me ha venido rápidamente a la memoria la magnífica novela "Tiempo de silencio" y el negro ambiente de penuria con el que arranca la novela y que rodeaba al investigador Pedro, protagonista del relato, que sin dinero para poder comprar la cepa de ratones que necesitaba para la investigación sobre el cáncer que estaba llevando a cabo, se ve obligado a adquirir de su propio bolsillo los que criaban las hijas del "Muecas" en una barriada de chabolas a partir de unos cuantos ejemplares que les había regalado Amador, el ayudante del científico. 


Bastaban unas pocas páginas iniciales para dibujar y transmitir con la precisión de una vivencia real la grave situación de marasmo social y opresión económica por la que atravesaba España en aquella penosa época de postguerrra. El ejemplo concreto elegido para resaltar esa situación, la investigación científica, no era casual ni anecdótico. Y no solo porque su autor, Luis Martín-Santos, procediera del mundo de la ciencia, era psiquiatra, sino por el significado social y capacidad simbólica y de representación que tiene ese tema con respecto al estado general de una nación o un país. Cuando la miseria de un país afecta de una forma tan severa a su estructura creativa, a su capacidad de investigación y generación de conocimiento, una nube de desesperanza se adivina oscureciendo el trazo de su futuro, porque significa que tiene dañados los mecanismos regeneradores que podrían evitar su sumisión y dependencia externa en el medio plazo. Se encuentra inerme, impotente y entregado.

En un país con recursos naturales limitados, como España, donde apenas podemos vender nada más que sol y playa, meter la tijera con tanta crudeza en los presupuestos destinados a la investigación como la que da a entender esa noticia, significa que renunciamos o damos un gran portazo a la estrategia de crear, de innovar, de descubrir cosas nuevas que podamos fabricar y vender como propias y, paralelamente, que cualquier avance tecnológico en el futuro nos vendrá dado necesariamente desde fuera y lo tendremos que comprar al precio que nos marquen. Y seguiremos sin otra cosa que sol y playa para servir y solazar a quienes han de vendernos todo lo que necesitamos.

Aunque, a decir verdad, no he oído hablar más en toda mi vida de innovación que en el momento actual. Que la oigo puesta en boca de voceros y arrimados de todos los rangos. Como si por el hechizo de hablar y mencionar repetidamente esa palabra fuera a brotar milagroso y a borbotones un río de inventos y patentes de las paredes de los hospitales y centros de investigación. 

O como si a base de hablar se pudiera dar escondite a semejante despropósito.

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