viernes, 22 de febrero de 2013

Siembra de tontos

No me lo creo

¡Ja!, ¡pues no va y me dicen que esto lo están haciendo a propósito!. Que se trata de un plan premeditado. Que están buscando a los tarugos de menos luces, a la flor y nata de los membrillos para ponerlos al frente del sistema y que éste se apague disuelto en la noche por falta de inteligencia. Que allí donde ven reverberar la más mínima agudeza, el más leve resplandor, el más insignificante destello de entendimiento o juicio acuden rápidamente como si se tratara de un incendio o una gran quema y lo apagan asustados enviando al destierro al portador de semejante atisbo de talento, no vaya a ser que se extienda como una gran combustión y destroce todos sus planes. ¡Ja!, ¡que no me lo creo!. Que han de ser astutos muy astutos y ladinos muy ladinos quienes diseñen esos planes tan bellacos de querer destrozar lo poco o mucho que funcionaba a base de considerable porción de tontos. 


Digan lo que digan, no me lo creo, que dirigir una legión de cafres debe tener su riesgo, porque quien es necio lo es por los cuatro costados, a dedicación completa y sin descanso; y lo mismo proyecta sus pifias a un lado que al otro; y quien ha de darle órdenes puede verse en el apuro de caer enredado en cualquiera de sus impericias y salir con el cuajo bien cortado y las vergüenzas al aire. Y no creo que nadie se atreva con semejante escollo. Que aunque la imbecilidad no sea transmisible (al parecer tampoco la inteligencia) y no han de temer al contagio, si uno se rodea de majaderos tarde o temprano acaba salpicado por la pez de sus torpezas y aún puede que emplumado.

¡No!. No puedo imaginármelo. Quienes me dicen ésto argumentan que así, una vez despedazado el sistema por la falta de criterio de quienes ponen al frente, tendrán la coartada perfecta para ofrecerse como salvadores sujetándolo a la boya del mejor postor. Es demasiado perverso para ser cierto. Desde luego nada más fácil que  hacer creer a un tonto que es un destilado de la más fina ilustración y sabiduría. Por ese lado lo tienen fácil. El proceso de selección no ofrece dificultad alguna. Mucho más sencillo que dar con alguien con la cabeza llena de sustancia. Además, cuando a un sandio se le ofrece un puestecito y una silla de cierta importancia, seguro que enseguida se distrae ajustando los mecanismos que regulan la altura de su posición y midiendo a zancadas lo ancho del despacho y se le olvida que a parte de para solazarse con las fornituras del poder, también tendría que hacer ¡válgame dios que se yo que otra cosa!. Por este otro lado, tampoco tendrán problemas. Puesto el tonto se inyectó el veneno y solo queda esperar que surta efecto. Aunque de vez en cuando, con disimulo de luces y afán de sobres, se cuela algún que otro listillo que amenaza de peligro a todo el tinglado. Pero, insisto, yo no me lo creo. Que hace falta ser canalla y rematadamente malo para pergeñar idea tan infame y me consta que la mayoría de quienes podrían hacerlo proclaman ser corazones de iglesia y aún muchos de misa diaria. Y eso sería un grave quebranto de los grandes principios divinos que rigen su credo.

Yo miro y oteo el panorama, especialmente el que tengo más a mano y sí, es cierto, alguno hay con la sesera algo roma, sin ningún brillo en el habla y aún con cierta trabazón de lengua. Quizá abunde la especie un poco más que en otros momentos, pero de ahí a que sea un premeditado plan de siembra va una gran distancia. Yo no me lo creo. Quien dice ésto seguro que alguna rencilla esconde, alguna escocedura oculta que le hace ver grana lo que es claro y humo de azufre donde no hay más que incienso y aromas de colonia. Que el rencor suele ahumar los cristales de la mirada y puede que les impida apreciar las virtudes intelectuales de quienes están en lo alto. Y si quien está allí puesto es realmente memo y ejerce a conciencia de ello, seguro que lo magnifican y agrandan. Y además, que también los tontos tienen derecho a su espacio y si alguien los esparce a granel en sus dominios, en su derecho está, ¡que caramba!. Que ese es uno de los privilegios del poder, poner a un cualquiera allí donde le placen las colgaderas. Y el que quiera protestar... ¡al maestro armero!.

Yo, como digo, dudo bastante de esta teoría, pero os la cuento por si alguno sacáis algún otro provecho.


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