sábado, 23 de febrero de 2013

Momentos favoritos de ópera 2


“Mild und leise wie er leise”
Tristan e Isolda. R. Wagner
Birgit Nilsson (Isolda)
Orchester der Bayreuther Festspiele. Karl Böhm

Son más de seis minutos de magma musical wagneriano. Música telúrica, arrolladora, sísmica. Música de vísceras y entrañas. Compleja, de pocas cordialidades y fidelidad exigente. Pero música de belleza singular e inigualable.


Isolda, confundida en la parálisis de un choque emocional intenso, narra transida ante el cadáver de Tristán las perfecciones sublimes de su amado. Las cuerdas, a corta distancia, trazan paralelas un zumbido desazonador y misterioso. La voz de la soprano se va acercando abandonada en el vacío por la turbación del momento. Poco a poco, se convierte en un suave delirio nostálgico que llama a la compasión, insistiendo una y otra vez en las cualidades sobresalientes del héroe. Alejada de la realidad, su deleite es solitario y trágico. Incapaz de afrontar lo irremediable, pregunta recurrente y temerosa si todos ven lo mismo que ella (Freunde. Säh’t ihr’s nicht). Pero no espera respuesta y nadie responde.

La música que llena el fondo se vuelve evocadora y tierna y la línea de canto se transforma en una ondulación amorosa quebrada por fatales presagios. Isolda canta con idas y venidas regulares, voluntarias interrupciones y repentinos retrasos que frenan la corriente de la música con dramática voluptuosidad. Absolutamente trastornada, clama a sus amigos que observen las maravillas que les está contando, subrayando la frase con la fuerza impotente de la desesperación “Freunde! Such!”. Pero la heroína, sin esperar reacción, se sumerge otra vez en el bálsamo de los recuerdos y se regodea excitada rememorando “la deliciosa voz de Tristán que todo lo revela”. Saborea las palabras “wooooooonne klagend” como si le acariciaran una parte desnuda de gran sensibilidad.

La tensión de su angustia llega a contagiar a los instrumentos que de forma paulatina aumentan su intensidad sonora y se precipitan sin freno en tres grandes sacudidas orquestales a las que siguen otras tantas respuestas vocales de Isolda en registros casi imposibles. Próximo ya el final, los violines acompañan solícitos a la heroína en un impaciente ascenso de escalas que cuando a punto está de explotar en la cima, se detiene licencioso y vuelve atrás para comenzar de nuevo el ritmo de subida desde una posición más alta. El frote agudo de las cuerdas despierta a los timbales que se afanan presurosos, retumbando con un empuje ya imparable. La presión de la marea orquestal se hace irresistible: Isolda se rompe en un electrizante gemido (pone la piel de gallina) por el que descarga, entregada, el torrente de la vida.

Y tras el intenso clímax queda desfallecida, colmada, apenas susurrante. Y en la calma suave de una dulce relajación cae muerta abrazando el cadáver de Tristán. La música, ya serena, se va  alejando con lentitud de la escena y nos muestra el cuadro doliente y tranquilo de los dos amantes muertos. Eros y Tánatos. El amor y la muerte en un bordado musical denso y sublime.

El vídeo es con imágenes fijas, pero merece la pena, os animo a escucharlo a toda pastilla:



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