“Mild und leise wie er leise”
Tristan e Isolda. R.
Wagner
Birgit Nilsson
(Isolda)
Orchester der
Bayreuther Festspiele. Karl Böhm
Son más de seis minutos de
magma musical wagneriano. Música telúrica, arrolladora, sísmica. Música de
vísceras y entrañas. Compleja, de pocas cordialidades y fidelidad exigente.
Pero música de belleza singular e inigualable.
Isolda,
confundida en la parálisis de un choque emocional intenso, narra transida ante
el cadáver de Tristán las perfecciones sublimes de su amado. Las cuerdas, a
corta distancia, trazan paralelas un zumbido desazonador y misterioso. La voz
de la soprano se va acercando abandonada en el vacío por la turbación del
momento. Poco a poco, se convierte en un suave delirio nostálgico que llama a
la compasión, insistiendo una y otra vez en las cualidades sobresalientes del
héroe. Alejada de la realidad, su deleite es solitario y trágico. Incapaz de
afrontar lo irremediable, pregunta recurrente y temerosa si todos ven lo mismo
que ella (Freunde. Säh’t ihr’s nicht). Pero no espera respuesta y nadie
responde.
La música que
llena el fondo se vuelve evocadora y tierna y la línea de canto se transforma
en una ondulación amorosa quebrada por fatales presagios. Isolda canta con idas
y venidas regulares, voluntarias interrupciones y repentinos retrasos que
frenan la corriente de la música con dramática voluptuosidad. Absolutamente
trastornada, clama a sus amigos que observen las maravillas que les está
contando, subrayando la frase con la fuerza impotente de la desesperación “Freunde!
Such!”. Pero la heroína, sin esperar reacción, se sumerge otra vez en el
bálsamo de los recuerdos y se regodea excitada rememorando “la deliciosa voz
de Tristán que todo lo revela”. Saborea las palabras “wooooooonne klagend”
como si le acariciaran una parte desnuda de gran sensibilidad.
La tensión de
su angustia llega a contagiar a los instrumentos que de forma paulatina
aumentan su intensidad sonora y se precipitan sin freno en tres grandes
sacudidas orquestales a las que siguen otras tantas respuestas vocales de
Isolda en registros casi imposibles. Próximo ya el final, los violines
acompañan solícitos a la heroína en un impaciente ascenso de escalas que cuando
a punto está de explotar en la cima, se detiene licencioso y vuelve atrás para
comenzar de nuevo el ritmo de subida desde una posición más alta. El frote
agudo de las cuerdas despierta a los timbales que se afanan presurosos,
retumbando con un empuje ya imparable. La presión de la marea orquestal se hace
irresistible: Isolda se rompe en un electrizante gemido (pone la piel de
gallina) por el que descarga, entregada, el torrente de la vida.
Y tras el
intenso clímax queda desfallecida, colmada, apenas susurrante. Y en la calma
suave de una dulce relajación cae muerta abrazando el cadáver de Tristán. La
música, ya serena, se va alejando con
lentitud de la escena y nos muestra el cuadro doliente y tranquilo de los dos
amantes muertos. Eros y Tánatos. El amor y la muerte en un bordado musical
denso y sublime.
El vídeo es con imágenes fijas, pero merece la pena, os animo a escucharlo a toda pastilla:
El vídeo es con imágenes fijas, pero merece la pena, os animo a escucharlo a toda pastilla:
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