miércoles, 27 de marzo de 2013

La reunión

Pequeña viñeta costumbrista completamente imaginaria


La habitación era espaciosa y funcional, con una gran mesa rectangular de diseño moderno y ligero en uno de los lados y el escritorio del Jefe, de madera compacta y más trabajada, en el otro, el que pegaba al ventanal, por el que entraba una desganada luz de color ceniza. Llovía un poco y el cielo estaba completamente cubierto. Era ya la hora de comer pero la delegación de inversores se había retrasado un poco, posiblemente enredados en el gran atasco que remansaba las calles del centro, con todos los coches atizados por la prisa y la impaciencia tratando de buscar una salida imposible a golpe de claxon, desobediencia histérica en los semáforos y mucha adrenalina. Había nueve personas, además del gran Jefe y tres responsables de Departamento. Todos con cargos de director general o asimilado. Cinco eran mujeres.


- ¿A qué hora te dijeron que vendrían, L.?, son casi las tres y media y todavía no han aparecido. Tengo un hambre que me muero.
- Habíamos quedado a las dos, pero el "Gordo" me ha enviado un wasap hace ya un buen rato diciendo que se habían quedado completamente bloqueados en una calle muy cerquita de aquí, a menos de quinientos metros. No tardarán mucho en llegar.
- El Jefe miró a L. con cierta agresividad malhumorada provocada por el hambre. - Pues a ver si llegan de una puta vez, que aquí el que tiene el mando soy yo y no voy a estar esperándoles como si fuera uno más de sus auxiliares o subalternos. Y ten cuidado con lo de "Gordo", no se ta vaya a escapar en la reunión y la liemos. Que me han dicho que le sienta fatal que ande todo el mundo mascando ese apodo a sus espaldas y tiene un pronto del carajo... aunque a decir verdad, no se por qué se extraña, es pura manteca el jodido... lo menos que cabría llamar es gordo a semejante barreño de grasa.. - Y sonrió su propia ocurrencia aunque sin relajar del todo los labios.

En la mesa de reuniones dos de los directores generales hacían esfuerzos hercúleos por no caer dormidos. Simulaban que estaban ocupados enviando algún mensaje importantísimo por el móvil o mirando algún documento en sus tabletas electrónicas, pero de vez en cuando dejaban abandonado el peso de sus cabezas a la llamada de la gravedad, haciendo sobresaltadas reverencias lo mismo de frente que de costado, según tuviera a gusto caer la testa, de modo que todo el mundo a su alrededor podría darse por saludado, bien cumplimentado y aun venerado.  Otro director, de aspecto sonrosado y mofletudo, no se andaba con tantos disimulos y se había recostado completamente estirado en la silla, entrelazando los dedos de las manos encima de su barriga y tenía la coronilla apoyada en la pared para sujetarse la cabeza. Bien por la flojera del prolongado ayuno, bien por gran devoción al sueño, parecía muy entregado a la causa y resoplaba por su chata nariz plácidamente con el ruido de un sifón, completamente ajeno a la situación que le rodeaba y aun al mismo mundo. En otro extremo, otro grupo aprovechaba la espera para dar algún hilván a sus intereses.

- ¿Tenéis ya candidato para ese puestecito de jefe de servicio que hay vacante en tu dirección general?. Yo conozco a uno que podría ir que ni pintado. Es de los nuestros de toda la vida y de los que no dará mucha guerra ni meterá demasiado la pata. Que a mí me han colado alguno...
- Ahí irá Lorencito, el sobrino de la jefa de gabinete, que acaba de terminar el graduado social y hay que echarle una mano para que empiece a abrirse camino... - El que hablaba era un alto responsable del departamento de economía. Tenía una corbata de nudo muy grande y ostentoso, como si quisiera hacer significación externa de su jerarquía política.
- Pues luego a mi tampoco me vengáis con peticiones ni favores, que yo he encajado en mi departamento a más de cinco y a más de séis recomendados y todos sin rechistar...
- No te quejes tanto P., que también tu nos has colado los que has querido... que no los vamos a contar no sea que se te acumulen en la boca y se te atragante la cuenta...
-¿Yo?... todo lo más tres o cuatro. Y la mayoría con sobre pequeño y en puestos de poco lucimiento, que hay quien me dice si pinto de verdad algo aquí, que me dejo emplatar las migajas que sobran como si fueran elaboración de gran cocinero.

En otro lugar de la mesa la jefa de gabinete centraba la atención de dos colegas en una conversación bastante más curiosa, frívola y picante.

- ... pues dicen que los pilló en plena faena nada más entrar por la puerta de casa. - decía sonriendo y mirando simultáneamente a una y otro contertulios para escrutar su reacción - Estaban haciéndolo sentados en una silla del salón que caía justo de frente, nada más cruzar el vestíbulo de la casa. Así que abrió la puerta y se encontró de sopetón con ellos dale que te pego...
- ¡Menudo recibimiento! - gracejó el secretario general técnico, que era uno de los presentes.
- ... y va al tío y no se le ocurre otra cosa que agarrar al Rafa del mismísimo pingajo que al levantarse de la silla todavía mantenía firme y apuntando al frente, como un sable recién desenvainado, y lo arrastró con fuerza tirando del aparato hasta dejarlo afuera, en el rellano de la casa, completamente desnudo.
- No fastidies... ¡menuda putada!.
- Si, -continuó la jefa de gabinete - pero lo más gracioso es que el Rafa, que por lo visto estaba a punto de caramelo cuando los sorprendió en el ajo, no se sabe si por el meneo del arrastre o por el masaje de la presión con la que le agarraba el otro el manubrio, el caso es que no puede contenerse el gusto y le da por terminar lo que había empezado y le descarga al marido lo que, en principio, había pensado regalar a su señora...
- ¿Queeee...? - casi gritó muerto de la risa el secretario general técnico - ¿no me dirás que.....
- Como lo oyes - continuó la jefa de gabinete - y el otro entró gritando como un loco buscando un grifo "¡...y encima va y se me corre en la mano el hijo de la gran puta...será degenerado el muy mariconazo...!"
- No me lo creo - terció la otra contertulia, directora general del departamento de presidencia - y cómo se ha enterado nadie de que pasó eso...
- Que sí que es cierto, que de los gritos que pegaba el marido se enteró todo el vecindario...
- Y el Rafa, ¿cómo salió de allí? - interrogó divertido el secretario general técnico.
- Porque la otra le sacó la ropa corriendo al rellano mientras el marido se restregaba las manos en el baño como si le hubieran salpicado con un ácido...
- ¿Qué les estás contando, V., lo de Rafa y la mujer del arquitecto? - no pudo contenerse de intervenir el gran Jefe al verlos tan alborozados.

En esto estaban cuando entró el "Gordo" por la puerta. No se había molestado en llamar y caminaba balanceando de forma ostensible el cuerpo a los lados, como si no pudiera dominar la inercia de su peso en cada paso, pero con la decisión y el aplomo del que se sabe dueño del terreno que pisa y del espacio que ocupa. Iba acompañado de otros tres chuletas bien trajeados y de aire dominante, pero que sabían mantenerse en el rango justo a un palmo detrás de  su colega principal. Todos los que estaban en la habitación, salvo los dormidos, se levantaron rápidamente de sus sillas en un gesto casi sumiso de cortesía. El ruido de las sillas despertó a los dos adormilados que reaccionaron más lentos, un poco entumecidos por la modorra y la anestesia del sueño. El de la coronilla en la pared, sin embargo, dio un gran resoplido y se adentró relajado en un estado más profundo de narcosis. Nadie reparó en hacerle alguna advertencia, tan ocupados que estaban todos saludando y sonriendo a los recién llegados. El primero en acercarse solícito al Gordo fue el gran Jefe.

- ¿Qué tal  Sr J.?. Ya ves, esta maldita chusma lleva una temporada que no hace más que manifestarse por cualquier cosa y nos tiene a todos prisioneros en la ciudad. - Sonreía melifluo al tiempo que hablaba, enseñando una irregular fila de dientes de esmalte deslucido y amarillento.- Un día que si la educación, otro que si el metro, otro que la sanidad, otro que la justicia... quieren convertir la ciudad en un campo de batalla y ganar en la calle lo que nosotros hemos ganado ampliamente en las urnas....
- El "Gordo" estrechó su mano con gesto enérgico, al tiempo que le daba  algunas palmaditas en el hombro con cierta familiaridad y suficiencia - No te preocupes, que "perro ladrador poco mordedor". Mientras no puedan meter mano en las leyes que nos convienen, que detengan todos los coches que quieran en la calle.  Pasará la tormenta y nosotros seguiremos a buen cubierto...

Todos se saludaron unos a otros con muestras de gran afecto, como miembros de una misma pandilla. El de la coronilla en la pared sonreía también, fruto, sin duda, de alguna agradable aventura onírica en la que estaba enfrascado, pero era como si disfrutase también compartiendo las emociones del encuentro. El "Gordo" reparó repentinamente en él y, sin previo aviso, dio una sonora palmada en el aire con ambas manos que sobresaltó un poco a todos. Cuanto más al incauto dormido que saltó del susto eléctrico como un resorte, resbalando de la silla y estrellando sus narices chatas en el borde de la mesa. Todos rieron a carcajada limpia sin importarles el daño que pudiera haberse hecho ni si se había roto o no algún diente en la caída.

- ¡Pero hombre M.! - dijo riendo el "Gordo"- ¿Es que ya no tienes fuelle ni para aguantar una simple espera?. ¿No duermes bien por la noche?. ¿Tantos problemas tienes en tu negociado?. - Y acercó el sillón del Jefe a la mesa para sentarse - Perdona que te coja la silla, ¿no te importa, verdad?; pero es que estas otras de diseño que tenéis para los invitados son tan finas que igual no soportan mi peso y me caigo yo también. Y de verdad que haría entonces bien el payaso...

Se sentaron todos alrededor de la mesa mientras M. se incorporaba del suelo y sacaba un pañuelo del bolsillo para contener la leve hemorragia que había aparecido en su nariz. Nadie le prestaba la más mínima atención y si le miraban era para volverse a reír incontenibles como hacen los niños  del desgraciado al que sorprende el maestro en alguna trastada.  El "Gordo" se había sentado a la cabecera de la mesa desplazando de su habitual sitio al Jefe que, colocado justo a su lado, se le notaba escocido en su orgullo por la usurpación del puesto y bastante ofendido por tener que mezclarse en el mismo plano posicional que el resto de los contertulios, pero disimulaba todo lo que podía estirando una sonrisa tan jovial como falsa.

- Estamos preocupados - se sintió en la obligación de empezar el Jefe, al tiempo que hizo un movimiento rápido arrastrando la silla hasta ponerse también en la cabecera de la mesa, aunque un poco esquinado - por la oposición que está despertando nuestra decisión en algunos sectores, en el de los médicos de los que más, y queríamos valorar con vosotros los pros y los contras para ver si seguimos adelante o pisamos un poco el freno...
- ¿A qué te refieres, a esa panda de pancartistas que no saben más que ensuciar trapos y paredes y gruñir consignas baratas por los megáfonos?. Ni hablar, - respondió en seguida el Gordo - aquí no se frena nada y todo sigue adelante como lo teníamos previsto, que ya llevamos mucho invertido en esto. ¡Uy!, perdona. ¿Te he quitado el sitio? - dijo apartándose un poco cuando sintió el contacto del Jefe que se afanaba por ganar espacio. - ¿Qué miedo tenéis?  - siguió -. Todo está controlado.

Todos se pusieron repentinamente serios, se miraron unos a otros fugazmente y a continuación bajaron la vista por miedo a que el Gordo les pudiera interpelar directamente. El Jefe tampoco dio muestras de mucha firmeza ante la respuesta del corpulento Gordo y decidió quitar algo de hierro al planteamiento inicial.

- Bueno, no te inquietes. En realidad a nosotros tampoco se nos ha pasado por la cabeza ceder en absoluto, solo queríamos conocer si vosotros seguís al cien por cien con el tema.
- ¿Nosotros?. ¡A tope!. Además, o lo hacemos ahora o no volveremos a tener otra oportunidad como ésta nunca. Luego el que venga, si es que llega el caso, que vaya a reclamar al maestro armero, que nosotros ya tendremos el cotarro bien cogido y bien atado. Nadie debe dudar que esta es nuestra gran oportunidad y si no agarramos ahora al bicho se nos escapa seguro ... 
- Ya, ya..., pero nos zumban tanto en tantos sitios...que cuesta un poco mantener el tipo. - Contestó el Jefe, a quien todos los suyos habían cedido de buen grado el peso de la conversación - Que vosotros estáis bien apartados del jaleo, pero nuestra jeta es conocida por todo el mundo y recibimos todos los palos...
- Bueno, bueno... vosotros ponéis la jeta pero mis amigos y yo ya sabéis que no nos andamos atrás cuando hay que dar algún empujoncito o algún toque a alguien... ya digo, aquí, o vamos todos a una o se nos vuela el pájaro, ahora que casi lo tenemos en la jaula.
- ... pero después, cómo vamos a gestionar el tema... ya sabes, nombramiento de directores, selección de jefes...
- Eso, eso, .. - se atrevió a decir en alto P. - que yo tengo ahora mismo uno, nuestro de toda la vida, y nadie me lo quiere apañar... y andan por ahí diciendo que voy comiendo de migajas...
- El Jefe le dirigió una mirada furiosa y retomó el discurso - Bueno, no es cuestión de particularizar ahora, pero sí que nos preocupa ese asunto...y la forma de tomar parte en las sociedades que se creen... con discreción... sin rastros... está ahora la cosa muy liada y muy jodida...
- A ese respecto, no os preocupéis, hombre - dijo el Gordo arrastrando la frase de forma exagerada y enfática, como si acabara de caer en la cuenta del objeto de la reunión -,  que para todos habrá y en abundancia. Ya nos pondremos de acuerdo en cada caso. Eso sí, todos a una y sin rajados, para lo bueno y para lo malo...
- También habrá que sacar unos buenos números, por descontado - añadió el Jefe, para guardar las formas una vez soltada la carga del asunto principal - que las arcas públicas están muy maltrechas y nos vigilarán con lupa... 
- ...y ahora va a tener que enseñarnos nadie a hacer informes o cuentas...? - le interrumpió sonriendo el Gordo.

Inoportunamente, al de la corbata de nudo voluminoso le empezaron a gruñir las tripas de forma bastante sonora. Se puso una mano para sujetarse el estómago pero no lograba frenar el cavernoso gemido de los movimientos peristálticos que le sonaban con un soplido serpenteante, mezcla del canto de una rana con un desagüe. Ya iba a esgrimir incómodo una disculpa al grupo cuando la secretaria de presidencia le hizo el coro con igual música y, a su lado, también al poco, la jefa de gabinete. Esta sincronización indiscreta de ruidos intestinales les desató la risa e incluso el Jefe pareció olvidar por un momento su tensión y se contagió de la chanza. El de la nariz estampada se había manchado la camisa y la corbata de sangre y estaba frotando las manchas con una punta del pañuelo que había empapado en agua. Más que limpiarse se esparcía difuminada la suciedad rosácea por una extensión cada vez más amplia de la vestimenta y su aspecto era cada vez más pringoso y lamentable.

- Menuda camisa te has puesto, M. - le espetó el Gordo con la risa todavía en la boca - Pareces un matarife. - Todos volvieron a reír, agradeciendo para sus adentros que la atención se centrase en la zafiedad del bufón y se hubiera ya pasado el tono serio y algo tirante con el que había comenzado al principio la conversación.
- Pues sí, - respondió M. con su grotesca cara rubicunda de gran botarate  -  Creo que me vais a tener que disculpar y que me iré a casa a cambiarme de ropa. No podré acompañaros a comer.
- Tu te lo pierdes, que el restaurante es de los buenos y hacen un asado de cordero de los mejores. ¿Alguien tiene hambre...? - Preguntó sin más al grupo el Gordo.

Un murmullo de excitación se abrió camino entre los contertulios. Estaban hambrientos y ese era el principal asunto que ocupaba ahora sus cabezas. Todo lo demás les importaba una higa. Mucho menos tener que retomar el hilo de una discusión tan agria.

- Sí, sí, sí.. un hambre de la leche. - dijeron casi de forma unánime.
- Pues no se hable más, vámonos a comer que invito yo y dejémenos  de estas pequeñeces que a nada nos llevan. - Remató el Gordo levantándose de la silla de repente y presentando en primer plano, casi encima de la mesa, como si fuera un atributo de mérito, su desmesurada barriga.
- Eso, ¡vamos! -dijo el Jefe, tratando de hacer ver que era él quien daba la orden.
- ¡Vamos!, - dijeron todos, sin prestar atención a esa disputa de gallos.
- ¿Os habéis enterado de lo del picaflor del Rafa, de obras públicas, con la mujer del arquitecto del mismo departamento?...- preguntó en alto iniciando la marcha el Gordo.

Y todos salieron alborozados de la sala con la sonrisa en los labios, como si acabasen de rematar una gran negocio.



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